Aletse López

Mi historia de parto en casa

Mi historia de parto es larga. Y a pesar de estar preparada, de haberme informado incluso antes de quedar embarazada, nadie me dijo que  me iba a quebrar tantas veces, creyendo que no podía más. Nadie me advirtió que dudaría de mi fuerza. 

Cuando le propuse a Julio un parto en casa, primero creyó que estaba loca. Y eso no podemos negarlo. Pero fue abierto a que habláramos del tema. Así que nos fuimos informando lo más posible, de distintas fuentes, libros, cursos, artículos, e incluso tomé una certificación para atención a parto en agua. Todos los días del embarazo fueron de aprendizaje constante y deconstruir lo que sabíamos del parto. Quise en algún momento compartir mi deseo más fervientemente de querer parir en casa y en agua, pero no faltaron las personas que comenzaban a cuestionar mis deseos. Así que decidí, por salud mental, comunicarlo con pocas personas y esperar que los demás que ya sabían, dejaran de cuestionar. La pregunta siempre fue: “Pero, ¿y si algo anda mal?”. Y la respuesta siempre fue: “tenemos plan B, C, D… y el plan Z es el hospital”.

En mi caso, parir en casa era lo que me daba paz, era un llamado que no podía obviar. El parto no es una enfermedad, es un proceso fisiológico, que necesita tiempo. Y todo el tiempo me repetí que si mi cuerpo era capaz de hacer crecer una vida en mi vientre, era capaz de parir. 

Y así fue, parí rodeada de personas, de amor y de un apoyo que consideré inmerecido. Hubo momentos que mi esposo, mis parteras y mi doula confiaron más en mi cuerpo que yo misma. Aún no sabía de lo que iba a ser capaz.

Fueron 45 horas de trabajo de parto en total, contando nuestro pre parto. Mentalmente me había preparado para unas 24, no para el doble. Incluso bromeaba con mi pequeña adentro, diciéndole que habíamos estudiado tanto para que fuera lo más rápido posible. “Aprende”, le decía, cada vez que mirábamos un video de parto. Pero nos tocó que darle el tiempo merecido al cuerpo, para dejarse vencer por las contracciones, a veces sin ritmo y a veces como si un camión nos atropellara. 

Eran las 3:35 am del domingo 8 de agosto, con 39 semanas y 5 días de gestación, cuando me despertó aquel dolor, soportable, pero que sin duda alguna, sabía que era el inicio de algo grande, de toda una maratón. Dos contracciones luego, aún en intervalos lejanos y de poca duración, supe que ya era tiempo, que la magia de gestar había concluido, que un bebé adentro había dado la señal que era hora de salir porque estaba lista para el mundo. Y que ahora venía la magia de parir, nacer y renacer. 

Julio se despertó y después de unas contracciones, se dio cuenta que era hora de comenzar a preparar todo para nuestra primera cita a ciegas en familia. Dejaríamos pronto de ser dos y esta casa se llenaría de una nueva clase de felicidad. 

Sabíamos que las primeras horas eran calmadas, por lo que nos tomamos un tiempo para acostarnos a ver una película, y mientras dormitábamos un rato, nuestros gatos nos acompañaban. Quizás era una breve despedida también para ellos de esa vida. Aproveché a tomar mi última foto embarazada consciente, pues las que hubieron después ya estaba en otro mundo. 

Tal y como lo planeamos en nuestro plan de parto, Julio y yo tuvimos nuestra última cita en nuestro restaurante favorito y con nuestro desayuno favorito. Qué bonito darle tiempo al tiempo haciendo cosas valiosas para ambos y para una que venía en camino, cada vez más cerca. Las contracciones ya se iban haciendo más notorias, cada 6-7 minutos y de unos 50 segundos. Esto ya no iba a detenerse. Le escribí a Tefi, mi doula, para avisarle que las contracciones eran frecuentes. 

Regresamos a casa a pie. Habíamos ido al restaurante caminando, pues nos quedaba a tres cuadras. Tuvimos varias paradas, pero aún las oleadas eran leves y soportables. Solo hacía falta parar, respirar y continuar. 

Siempre planeamos un parto en agua, aunque sabía que no necesariamente era parir en agua, el plan siempre fue tener al bebé ahí, para que su transición al mundo aéreo fuese más tranquilo. Aún así, también deseaba usar el agua caliente como recurso no farmacológico para aliviar las contracciones. Al llegar a casa, le pedí a Julio llenar la tina y prepararla. Le tomaría unas 6-7 horas en estar lista. 

Nuestras parteras no estaban disponibles del 31 de julio al 8 de agosto, y aceptamos porque sabíamos que había mucha más probabilidad que siendo primera gestación, la bebé decidiera nacer después de la semana 40, que se cumplía hasta el 11 de agosto.  Le llamé a la partera para indicarle que ya habían contracciones regulares, a lo que me dijo que aún seguían sin estar disponibles. Me preocupé y dije “¿y si nace hoy por la noche?”. Nos habíamos planteado desde antes un parto autogestionado, si éste se diera en esas fechas, pero no creímos que fuera a suceder. 

Tefi vino alrededor de las 2:00 pm, con su mochila, lista para quedarse a dormir y abastecida de distintas comidas para alimentarme durante el trabajo de parto. Era su primera vez acompañando un parto y fue bonito tener esos ánimos y nervios al lado. Hasta se notaba su entusiasmo. 

Para las 3:00 pm, el dolor iba en aumento, pero aún bajo control. Mi película favorita siempre ha sido la Lista de Schindler. ¡Qué película para un parto! Pero se nos antojó verla. Eran 3 horas de película, por lo que además de disfrutar de buen arte por un buen momento, estaría enfocada en algo más que contracciones durante bastante tiempo. Logré dormitar un par de veces mientras se reproducía la película. Llevaba despierta 12 horas y necesitaba recuperar energía, porque sabía que aún nos quedaba camino por recorrer. 

Las contracciones empezaban a subir de intensidad. Había leído tanto de estas “oleadas”, pero hasta no sentirlas, es que no entendí de verdad, lo que era tener una oleada. El cuerpo se prepara, avisa, y de pronto te inunda esa sensación. No hay más que ceder ante la presión que se genera en la parte baja de la espalda. Se respira. Aumenta. Llega al punto máximo y de pronto, desaparece. Tal y como una ola de mar, cosquillas primero, luego te arrastra hacia adentro, y te devuelve, suave.

Durante la noche, pedimos de comer. Esta era una fiesta recién empezaba. Fue una cena pequeña para nuestro gusto, pero Tefi, Julio y yo la disfrutamos por igual. 

A Julio le entró la angustia de no tener todo listo. ¿Y si nacía por la madrugada? ¿Cómo pinzaríamos el cordón luego de esperar que estuviera blanco? Llamó a unos amigos doctores, quienes consiguieron una pinza, y luego insistieron en venir a evaluar la situación. Dejamos claro que no quería ningún tacto. No por médicos. 

Mi cuerpo seguramente se cohibió al estar con ellos. Las contracciones mientras estuvieron aquí cesaron o por lo menos se hicieron tan leves, que según ellos, aún faltaba bastante. “Aún me miraba bonita”, me dijeron. Escuchar el corazón de bebé los hizo sentir tranquilos, y se fueron. 

Le dijimos a Tefi, que si nos hacía falta tanto, era hora de descansar. Tefi durmió en la habitación contigua, seguramente con un ojo abierto por si las contracciones se volvían más intensas. Pusimos una serie en Netflix con Julio mientras intentamos dormir, pero solo él logro conciliar el sueño. Para mí, solo fueron quizá un par de horas que pude entrecerrar los ojos y tomar un poco de energía, porque de pronto comenzó a hacerse doloroso estar acostada. Comencé, desde entonces, a pasar cada oleada de dolor en la pelota. Al hacerse cada vez más fuertes, le desperté para que comenzara a hacerme masajes en la espalda. El calor de sus caricias hacía que todo siguiera soportable. 

A las 3 de la mañana del lunes, quise salir a caminar al jardín del edificio junto a él. No recuerdo si el cielo estaba despejado o si las estrellas nos acompañaban. Solo recuerdo que las primeras vueltas podía caminar sin detenerme y luego, cada media vuelta, tenía que apoyarme sobre Julio o sobre una pared porque todo comenzaba a intensificarse. A este punto, aún controlaba mi respiración de manera consciente. 

Al regresar al apartamento, tomamos una ducha caliente. Quién diría que estábamos a menos de un día ya de ser tres, que una nueva respiración se nos uniría al dormir por las noches en la misma cama. 

Sé que de aquí en adelante todo comienza a hacerse borroso. Comencé a vomitar alrededor de las 6 de la mañana hasta dejar mi estómago vacío. Esto solo hizo que todo se hiciera más doloroso, tener una contracción, mientras tu cuerpo hace una fuerza adicional para dejar la comida afuera duele. Y duele vomitar tus recursos de energía inmediato. 

El viaje comenzó a tomar más intensidad, sin necesidad de tomar más velocidad. ¿Puedo? ¿De verdad, puedo? Cómo quería que me dijeran que todo comenzaría a descender, pero sabía, adentro de mí, que lo que venía era pura cuesta arriba. 

La tina llevaba horas lista y el agua caliente comenzaba a llamarme. Aquí la ropa ya empezaba a sobrar. Al sumergirme en el calor, tuve unos minutos de descanso. De pronto, flotas, te dejas ir, sabes que puedes, que siendo mamífera estás diseñada para traer vida al mundo. Julio y Tefi prepararon un plato de fruta para volver a llenar mi estómago con comida. 

Eran las 8 am cuando volvimos a contactar a las parteras. Ya venían en camino. Aunque no me dijeron que estaban lejos y que las carreteras estaban bloqueadas, y por como iban avanzando las contracciones, creo que Julio dudó si llegarían. Aunque él estaba listo para recibir al bebé solo. 

No recuerdo en qué momento volví a vomitar, y esta vez no tuve tiempo de llegar al inodoro, fue directo al lavamanos. Cada arcada era un martirio. El dolor se intensifica, la presión es más fuerte y el cuerpo pierde control. Duele. 

Comencé a desesperarme. Regresé a la tina para volver a intentar tener el primer descanso que había tenido, pero no lo tuve. Las respiraciones que hace unas horas lograba controlar, comenzaban a hacerme difícil hacerlo. Así que tuve que hacer doble esfuerzo para retomar la concentración. En cada contracción, debía comenzar a vocalizar y relajar el cuerpo. 

Las parteras llegaron quizás alrededor de las 10 am y para este punto ya quería llorar, estar sola, parar el parto y volver a dormir. Pero no se podía, había que seguir. Recibí dos pelotas en las manos para apretar cuando cada contracción llegara. Había que distraer la mente, enfocarse en otras cosas, dejar de decirme que dolía.

“Van 4 de dilatación”, dijeron después de hacer el primer tacto vaginal, que no dolió, porque se hizo con calma y comentándome lo que se hacían siempre primero antes de hacerlo. Aquí comenzó la batalla mental. Nos faltaba más de la mitad y yo me estaba quedando sin fuerza física y mental. 4 centímetros de dilatación. Y como el trabajo de parto es impredecible, no sabíamos si era cuestión de par de horas para dilatar completo o si quizá nos haría falta otro día más.

Puedes leer mucho acerca del parto durante el embarazo y prepararte tanto, pero el camino de cada mujer será diferente. Por ser primípara quizá, mi cuerpo se tomó su tiempo. Pero fue el tiempo suficiente para ir muriendo poco a poco a quién era, para ir dejando todas las inseguridades detrás, y por último, dejar de pelear contra mí. 

Ya no volví a salir de mi cuarto. Quizá hice un intento, y al dar un paso afuera, me di cuenta que mi lugar seguro era ahí. Estaba caluroso, pues la tina hacía que se sintiera así. Me mantuve como una leona enjaulada, caminando de un lado a otro, a veces tras tropezando, a punto de caer. A veces débil, muy débil, pero en cada intento de beber o comer, volvía a vomitar. Y en cada vómito, salían lágrimas de frustración.

Hubo una parte de mí que se moría por volver a pedir otro tacto vaginal, solo para que me dijeran que de pronto habíamos llegado a 9, o por lo menos a 8… pero me mantuve callada. Mi pelea no era con nadie que me acompañaba, era conmigo. 

¿A quién le necesito probar algo? ¿A quién le fallaré si las cosas no salen como lo planeamos? ¿A quién culpo? Poco a poco comienzo a recordar todas las veces que he fallado y me convierto yo misma en mi peor acompañante de parto. 

Para el próximo tacto, aproximadamente 4 horas después del inicial, solo había avanzado 2 centímetros más. No fue inmediato que me lo dijeron, se tomaron su tiempo. Y recuerdo a lo lejos que fue Julio, porque las parteras decidieron salir un momento y dejarnos solos. “¿Te cuento cómo vamos?” y solo asentí. “Vamos más lento de lo que esperábamos”. Mi corazón pareció hacerse muy pequeño. Me contó el progreso y que seguramente, nos hacían falta muchas horas más. ¿De dónde sacaré la fuerza para seguir si siento que hasta aquí llegué?

Todo está borroso alrededor de estas horas, pero recuerdo claramente que en cada contracción me decía “me duele, me duele, me duele” o “no puedo, no puedo, no puedo”. Las parteras me sugerían hacer cambios de posiciones, porque la bebé aún seguía arriba. No había forma que la panza comenzara a bajar. Hubo veces que Julio ponía su mano entre mis costillas y el vientre y me decía “ya, mira, va bajando”, pero eran mentiras, los dos sabíamos que estaba mintiéndome para darme alientos. Sólo nos mirábamos sin decirnos más que eso, como cómplices, para no quebrarnos. 

Probé distintas posiciones. Pero cada vez que intentaba acostarme, sentía que mi espalda se quebraba. Gritaba para que me levantaran, porque era insoportable quedarme así. El cuerpo pide moverse, no quedarse acostado. Cada vez que me pedían ponerme de cuclillas, el dolor se intensificaba. Y todo me dolía ya. Las piernas estaban cansadas. Yo ya no estaba presente. Quería llorar. Aquí comencé a viajar a otro mundo y mientras lo hacía, batallaba contra mis propios pensamientos. Hasta que me di por vencida.

Recuerdo pararme en una esquina, al lado de la tina, ver a todos y por fin decirles lo que me venía diciendo a mí misma desde hace horas. “No puedo”. Comencé a llorar. Vi a Julio a los ojos y le dije “ya no puedo más”. Esto me sobrepasaba. Toqué fondo. Esto era lo peor que me había sentido en la vida. No podía continuar, me sentía inútil, débil, incapaz. Julio también estaba llorando y después de limpiarse las lágrimas me dijo “sí puedes”. 

Se hizo un silencio, a lo que Silvia sugirió tomarme un baño y que Julio me acompañara. En mi mente había repasado una y mil veces el procedimiento de una epidural, e incluso llegué a sentirla. ¿Qué plan tomábamos? Mi cuerpo me había jugado una mala pasada. El dolor era más grande de lo que yo podía tolerar. Adentro, mientras me caía agua caliente en la espalda, le volví a repetir que ya no podía más. Era en serio. Me dolía el cuerpo, me dolía respirar y me dolía fracasar. “¿A dónde vamos?”, le pregunté mientras lloraba, “ya no puedo”. Julio también llorando me volvió a repetir que sí podía. Sé que hubiera hecho lo imposible por cambiar de lugar conmigo por lo menos unos minutos, pero su trabajo era ser fuerte para yo poder quebrarme y él sostenerme. 

No suelo orar, pero sabía que necesitaba energía de algún lugar, o retomar la concentración. Le dije que lo único que se me ocurría hacer, ahí, juntos, era orar. Y me abrazó mientras orábamos, pidiendo que todo terminara o tener más fuerzas para seguir.

Me sostuvo entre sus brazos y lloré en su pecho. Cómo quería que todo terminara ya. En el parto, sabiendo que traes vida al mundo, incluso llegas a olvidarte de tu bebé. Pero ahí, abrazados, recordé que este era el inicio de nuestra familia y que sí, yo podía.

Además, él me recordó que un traslado hospitalario a este punto hubiera terminado en cesárea. Una bebé muy arriba, un parto largo y doloroso… 

Pero nuestra bebé seguía bien. Cada vez que monitoreaban su corazón, seguía bien. Cómo me asombraba, saber que alguien tan pequeño, toleraba la situación mejor que yo. Eso, y lo anterior, me dio fuerza para seguir adelante, cambiar de mentalidad y empoderarme. 

Entre nuestras parteras, Glendy, Elsa, Silvia, y Tefi se turnaron para hacer presión en la cadera y hacer masajes en cada contracción. Qué calor humano sentí y qué confianza tenían ellas en mi capacidad para parir, aunque yo lo dudara. 

Mi mamá también se hizo parte del proceso. Julio sugirió llamarla y yo acepté. Cómo me hubiera gustado correr a sus brazos para llorar. Todos necesitamos a nuestra mamá cuando sentimos que ya no podemos. Ella oró por mí y sé que también lloró, pero fue otro impulso para seguir en la batalla.

En nuestro último tacto iba por 9. Eran quizás las 10 de la noche. Y al poco tiempo desde este último tacto, empezaron a llegar unas leves ganas de pujo. Porque así es, el pujo se vuelve involuntario, el cuerpo trabaja sin pedir permiso. Poco a poco el pujo se fue haciendo más fuerte mientras me encontraba recostada en nuestro asiento inflable de parto y de pronto, rompí fuente. Se escuchó como si alguien hubiera tirado un globo lleno de agua y mojó todos mis pies. Estaba limpio, sin meconio, otro indicativo que esta bebé venía a ser mi maestra de vida por la fuerza que tenía y su habilidad de soportar su primera situación difícil.

Los pujos continuaron por la próxima hora y recuerdo comenzar a acomodar una pierna arriba y la otra con la rodilla en el suelo. Todos sabían que pronto se terminaría. Julio estaba listo para la tina. Escuché que dijo “bueno, sabemos que no nacerá hoy… son las 11:45 pm”. Y quise volver a llorar, quería que se acabara. Cada minuto se me hacía eterno. 

Elsa se acercó para decirme que era hora de meternos a la tina, con agua caliente, porque la bebé ya estaba en el canal de parto, pero me negué. Nadie me mueve de aquí, de mi posición asimétrica. Encuentras tu posición y nadie, nadie, podrá moverte, hayas planeado lo que hayas planeado. 

Después de sentir que las contracciones hacían que todo se expandiera a los lados, la fuerza comenzó a ser más evidente hacia abajo. Comencé a sentir más presión que terminó en un fuerte ardor. Sentí con mi mano cómo su cabeza comenzó a coronar y al siguiente pujo, salió completa. Sin pausas. 

Y así, siendo las 00:38 horas del 10 de agosto, me di cuenta que todo terminó. Levanté la vista hacia la cama y aún me dolía todo. ¿Lo logré? Pero no sentía un peso menos. Quizás fueron segundos lo que para mí fue una eternidad quedarme viendo hacia la cama, con ella detrás de mí, sólo intentando comprender lo que había pasado. Ahora lo entiendo. Me di cuenta que yo también había nacido de nuevo. Le quitaron la cámara lenta al momento cuando ella lloró y para mí también fue respirar por primera vez. Me di la vuelta con ayuda y me desplomé. Cayó sobre mí el peso del cansancio de horas continuas parada, sin comida en el estómago y sin agua. 

A ella la pusieron encima de mi pelvis, porque su cordón no permitía que subiera más. Midió aproximadamente unos 20 centímetros. Vi a ese bebé y supe que iría a la guerra por ella una y mil veces más. Nació viendo al mundo. Sus ojos tan grandes se cruzaron con los míos y esta vez fue una conexión distinta, no solo física, fue conocer a la persona que tambien vivió el caos del otro lado de la piel y resistió, fue amor, admiración, felicidad a la vez. 

No sabíamos aún si era niña o niño, pero al vivir una experiencia tan intensa y que por fin terminara, no te importa saber eso. Solo te importa saber que está bien. Recuerdo a Silvia decir que Julio iba a sentir qué era, porque el cordón lo tenía entre las piernas. “Es una niña”. ¿Una niña? Qué especial me sentí haberla llevado en mi vientre, siendo la niña más fuerte de este mundo. 

Esperamos a que el cordón estuviera blanco para cortarlo, sin esperar a la placenta, porque deseaba besarla, darle la bienvenida al mundo y decirle cuánto amé, amo y amaré ser su mamá. 

Desde entonces, Marie y yo no nos hemos separado. Compartimos un nombre y una historia que me hizo a mí más fuerte y me hizo admirarla, desde antes de conocerla. Nunca imaginé quebrarme de la manera que hice durante mi parto, pero sé que morí a quién era, para nacer en una Aletse más fuerte. Qué gusto haberle dado a mi niña una bienvenida al mundo digna de ella, respetando nuestros tiempos y lo sagrado que es nuestra unión.

Gracias a mis parteras, por acompañar mi proceso, por no dejar de confiar en mi cuerpo y ayudar a reencauzar el parto cuándo sentimos que se salía de lo normal. Gracias a Tefi, por estar, alimentarme, alentarme y decirme que lo estaba haciendo bien. Gracias a mi mamá, por cuidarme siempre desde lejos. Gracias a Julio, por amarme, por creer en mí, apoyarme, sostenerme todas las veces que me he quebrado y por esta familia que hemos iniciado. 

Y sobretodo, gracias Mariecita, por hacerme mamá de una niña tan asombrosa. Que tu nacimiento te enseñe que te mereces respeto, tiempo, y confianza en ti siempre. 

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El agarre correcto en lactancia materna

¿Te han dicho que tienes que preparar tu pezón durante el embarazo para amamantar? ¿O que debes de dejar que el bebé te agriete los pezones para que salga la leche?

Pues no es cierto. Ni preparar, ni herirte los pezones, no necesitas sufrir para asegurarte que tu bebé reciba el alimento más perfecto para él.

La base de una lactancia exitosa es asegurarte un agarre correcto. Un agarre correcto del bebé a tu pecho evitará que te tropieces con muchas dificultades en tu lactancia. 

Un agarre correcto significa:

  • Mamá no tiene dolor en el pezón.
  • Bebé con boca bien abierta y labios evertidos, como pececito.
  • Mentón del bebé tocando pecho de mamá.
  • Sin chasquidos al mamar.
  • Mejillas redondas, sin hundirse.
  • Escuchar cómo el bebé traga leche.

Los bebés vienen desde nacimiento con el instinto a prenderse del pecho correctamente, pero somos nosotras que sin la información necesaria y sin el aprendizaje basado en la cultura del amamantamiento, nos será a veces un poco costoso lograrlo.

¿Cómo podemos lograr un agarre correcto al pecho?

  • Asegúrate de tener el cuerpo del bebé dirigido hacia ti, no hacia el techo.
  • Colócale tu pezón en la punta de la nariz y espera a que abra la boca.
  • Una vez abierta, acerca el bebé hacia ti. 
  • ¡Paciencia! A veces necesitamos intentarlo varias veces o esperar el momento adecuado para que el bebé abra grande. 

Recuerda que amamantar es como aprender a caminar, no como respirar. Es algo que debemos de aprender desde 0 en la mayoría de casos. 

 

Si necesitas ayuda logrando el agarre correcto, no dudes en agendar tu asesoría conmigo.

Escríbeme a aletse@mibebenatural.com

 

¡Estoy para apoyarte!

 

 

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